CARTA
DE UNA DESCONOCIDA
STEFAN
ZWEIG
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DISPONIBLE
EN
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Extractos
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“Mi hijo ha
muerto ayer. Durante tres días y tres noches he estado luchando con la muerte,
queriendo salvar esta pequeña y tierna vida, y durante cuarenta horas he
permanecido sentada junto a su cama, mientras la gripe agitaba su pobre cuerpo,
ardiente de fiebre día y noche. Al final he caído desplomada. Mis ojos no
podían ya más, y se me cerraban sin que yo me diera cuenta. He dormido durante
tres o cuatro horas en la dura silla, y mientras dormía se lo ha llevado la
muerte. Ahora está allí ese pobre, ese querido niño, en su estrecha camita, tal
como murió: únicamente le han cerrado los ojos, aquellos ojos suyos, oscuros e
inteligentes; le han cruzado las manos sobre la camisa blanca, y cuatro velas
arden a los costados de la cama. No me atrevo a mirarle; no tengo valor para
moverme, pues cuando tiemblan las llamas de las bujías, las sombras se deslizan
sobre su cara y sobre su boca cerrada, dando la impresión de que sus rasgos se
mueven, con lo cual podría yo pensar un momento que no había muerto, que podía
despertar para decirme con su voz clara alguna palabra llena de cariño
infantil. Pero sé que está muerto y no quiero mirarle para no volver a abrigar
una vana esperanza y verme de nuevo desilusionada. Lo sé, lo sé; mi hijo ha
muerto ayer y ahora no me queda en todo el mundo nadie más que tú; tú, que no
sabes nada de mí; tú, que entretanto te distraes con tus asuntos o con otros
hombres. Sólo te tengo a ti, que nunca me conociste, a quien siempre he
querido.
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“Toda la
tarde me la pasé pensando en ti, aun sin conocerte todavía. Yo no tenía más que
una decena de libros baratos, encuadernados en cartón, usados y rotos; los
quería mucho y los leía muchas veces. Y entonces me preguntaba cómo sería el
dueño de todos aquellos libros soberbios, que los había leído todos, que
comprendía tantos idiomas y que era, al mismo tiempo que rico, tan instruido.
Recordando aquel montón de libros sentía hacia su dueño una especie de respeto
sobrenatural. Trataba a solas de imaginarme tu figura: tú eras un viejo de
gafas y larga barba blanca, parecido a nuestro viejo profesor de geografía,
sólo que más bondadoso, más hermoso y de más suave trato, pues no sé por qué ya
entonces se me había metido en la cabeza que debías ser buen mozo a pesar de
tomarte por un viejo. Aquella noche, sin conocerte, soñé contigo por primera
vez.
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GLOSARIO
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Nimbo: Un
nimbo, halo o aureola es la luminosidad, a modo de corona, usualmente circular,
que aparece detrás y alrededor de la cabeza en una imagen o icono. Como
símbolo, hace destacar la luz espiritual o divina del personaje representado.
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Banales: Que
es trivial, insustancial o de poco interés o trascendencia.